Aquella noche supe que eras para mi, seducida por la promesa de amor decidí que viviría y moriría por ti únicamente, di un salto al vacío sin saber lo que me atenía. La vida era rosa como la inocencia de mi amor por ti, todo brillaba y relucía en Graceland; las rosas en el jardín eran blancas, las sabanas eran de seda y las baladas de los 60’s resonaban en las paredes de aquella imponente sala.

Poco a poco sacrifique mi identidad y deseos por adaptarme a ti, y sin darme cuenta todo lo que me hacia Priscilla ya no existía; el azul de mis ojos se vio opacado por líneas finas de negro, mi cabello miel había perdido su pureza y ahora hacia parte de otra de tus posesiones. Aquella jaula dorada de lujos y excesos ya no ocultaba la oscuridad de su interior, las rosas blancas tomaron un tono escarlata como las lágrimas que goteaban de mi corazón y me vi en una lucha por mi identidad en medio de la fama.

Al final en medio de aquellas lagrimas pude ver el reflejo de los rayos del sol en vidrieras rotas, entre esas grietas rotas me encontré a mí y en los reflejos recuerdos agridulces de un amor marcado por la nostalgia de mi juventud perdida.